Is 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones para que seas mi salvación.
Sal 39,2-10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Co 1,1-3: La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
Jn 1,29-34: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Uno de los ejercicios más tajantes para visibilizar la identidad es la pronunciación del “no”. Cuando un pequeño aprende este modo de oposición tan sencillo, pero tan eficaz, con su uso, en ocasiones sin que sepa realmente a qué se opone, no hace otra cosa que decir “aquí estoy”. Con la edad aprendemos a aquilatar los modos, pero experimentamos esa tendencia a la negación para significar la afirmación de que estamos ahí, de que somos diferentes, de que no nos vamos a dejar engullir por la generalidad o lo amorfo.
La antífona del salmo repite esa proclama: “Aquí estoy”, y lo une a una actitud de sumisión: “para hacer tu voluntad”. El salmista se dirige a Dios con arrojo explicitando una presencia dispuesta al relieve, a ser subrayada: “Aquí estoy”. Pero no vincula ese levantamiento a una oposición a Dios, a una lucha de fuerzas, sino a cumplir la voluntad del Señor. Quizás llegó a esta conclusión después de muchas batallas con Dios o tras haber caído muy hondo, después de haber tenido muchas experiencias o simplemente porque le brotaba del espontáneo vivir teniendo presente al Santo. De cualquier de las maneras, tras cualquiera de los caminos, llega a lo más decisivo: “lo que soy, tiene que ver con lo que me pides; cuanto mejor te obedezco más soy yo mismo”.
“Aquí estoy”, diría Juan, como precursor, como el que llega a reconocer al Mesías como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para ello tenía que tener trato asiduo y sólido con la Palabra, necesario para reconocer a la Palabra hecha carne. El signo para ese reconocimiento es el Espíritu que desciende sobre Aquel al que llama Cordero. Asocia a Jesús al animal del sacrificio para perdonar los pecados del pueblo. No solo fue una chispa de intuición, sino que, para descubrir aquello, Dios se lo tuvo que revelar, el Espíritu se lo comunicó y la revelación prendió porque Juan se había ido preparando para ello.
El “aquí estoy” de Isaías, es un posicionamiento de profeta. Aquí estoy para decir “allí está”. Atraviesa la historia para alertar de lo que un día ha de suceder, pero que ya está sucediendo. Habla como en persona de aquel personaje al que anticipa. Lo entiende como siervo, el servidor de Dios que ha de unir al pueblo de Israel disperso, pero, más aún, ha de llevar la salvación a todos los pueblos.
Pablo también ejerce su “aquí estoy” como apóstol y dirige su corazón hacia la comunidad cristiana de Corinto mediante cartas para exhortar, reprender, dar esperanza…
La vida de Cristo es el paradigma del “aquí estoy”. Atento a la voluntad del Padre, no tiene otro alimento que cumplirla. Su identidad estará siempre referida al Padre y a su misión: ser el Cordero, la víctima, el servidor hasta la muerte. Su “aquí estoy” posibilita el nuestro y, por tanto, fundamenta nuestra identidad. Para ser lo que realmente somos, para la autenticidad, nos es preciso negar todo aquello que se opone a Jesucristo y su cruz, y afirmar con nuestro sí la vida en Él. Es el mayor acto de rebeldía y de identidad, decir “no” a lo anodino, lo banal, la inercia común y a cuanto internamente podemos experimentar como particularismo caprichoso y estéril, para decirle a Dios: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”.