Hch 2,14. 36-41: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
Sal 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
1Pe 2,20-25: Habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.
Jn 10,1-10: El que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
¡A las claras! Sin ambigüedad, sin confusión, sin mentira, sin engaños… Se abra la puerta del aprisco o se cierre sea todo para el bien de sus ovejas, de cada una. Solo conviene el acceso y la salida por el sitio destinado para ello y no hay que buscar entrada o salida donde no la hay. Solo por un sitio entrará la claridad, por la puerta; por cualquier otro se evitará la luz, como hacen los ladrones y bandidos, para que no se les vea a ellos ni sus intenciones.
El Pastor entra y sale por donde solo Él puede y sabe. Su labor es dar vida, y no tendrá otro empeño donde más se esfuerce que dar vida a cada una de las ovejas de su rebaño personalmente. Somos gregarios, no puede concebirse una historia sin relación con los demás en una mutuo inter-dependencia. Necesitamos igualmente encontrar nuestro lugar en el aprisco y nuestra labor en él. Podría decirse que nos urge escuchar nuestro nombre de un modo determinado; que alguien lo pronuncie con contundencia, con autoridad; que lo haga quien nos conoce, de parte de alguien que nos diga “quiero que estés ahí, porque será lo mejor para ti y para los demás, porque así prosperarás e irradiarás…”
Cuando existe titubeo y confusión sobre quién soy, mi nombre, no es difícil buscarle otras entradas al redil, aunque no las tenga, para recibir a huéspedes mentirosos que no van a hacernos bien, sino daño y a veces mucho. La claridad que entra por la puerta única y verdadera, la que nos trae el Pastor bueno, exige acostumbrarse a la verdad, que no deja de trabajar causando cierto dolor para extirpar la mentira (como la cirugía), de pedirnos abandonar cierta comodidad y pereza que nos amordaza impidiendo todo progreso, para lanzarnos a la aventura del amor, que requiere un compromiso total y la pérdida de ciertas adquisiciones que hemos ido acumulando en la vida y que custodiamos como pertenencias valiosas de las que no queremos fácilmente deshacernos (y que sin embargo entorpecen, estorban, dañan). Darle acceso a los que saltan la valla es hacerle concesiones a la mentira y mentirnos a nosotros mismos sobre lo que no somos. Solo el Pastor trae la noticia de la luz nueva de la mañana y saca a sus ovejas a los mejores prados y las vuelve a meter en el aprisco para protegerlas de los peligros. Solo el Pastor busca el bien, dándole a cada una lo que necesita; porque Él conoce y ama a sus ovejas y sabe pronunciar su nombre, y a las claras, sin recortar la verdad, que es la verdad de Dios sobre nosotros. Esto de modo paulatino, adaptándose a las necesidades de cada miembro del rebaño.
La presencia del Pastor invita a elevar la mirada y encontrar motivos para la confianza en Él, para dejar que ponga sus manos encima y seguirlo más allá del redil conocido, hacia otros lugares, siempre empuñando la Verdad y ofreciendo a sus ovejas que sean amigas de la Verdad, que les descubra que son hijas amadas del Padre, que quiere su bien para que vivan y que vivan eternamente.
La predicación del apóstol Pedro el día de Pentecostés obtuvo una reacción inmediata en su audiencia y se convirtieron de pronto tres mil judíos a la fe en Cristo. El poder del nombre de Jesucristo reside en que Él es la llave que encaja en la puerta de nuestra vida. Lo estamos esperando, deseamos su visita y, cuando aceptamos la invitación a que entre en nuestra casa o redil, nos encontramos con el sentido de nuestra esperanza. Todos lo esperamos, aunque no todos conozcan su nombre; es la única puerta para traer la Verdad, la alegría, la paz y desde donde escucharemos nuestro nombre pronunciado desde el amor entrañable de nuestro Dios y Señor.