Jon 3,1-5.10: Creyeron en Dios los ninivitas.
Sal 24: Señor, enséñame tus caminos.
1Co 7,29-31: La representación de este mundo se termina.
Mc 1,14-20: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Las tecnologías de hoy no prosperarán sin rejuvenecerse. Dicho de otro modo: o se actualizan o perecen. Precisamente de ahí el sustantivo “actualización”, una demanda habitual de programas y aplicaciones, esos recursos con tantas posibilidades de información. Si no sintonizan con los patrones de última hora pueden quedar limitados, sin acceso a novedades e incluso excluidos por obsoletos.
La conversión a la que llama Jesús cuando se marchó a Galilea, tras la muerte de Juan, era, en toda regla, una llamada a actualizarse, a la gran actualización. La obsolescencia venía provocada por el pecado, una forma de envejecimiento y deterioro peculiar que dificulta la idoneidad para la mayor de las novedades, el Reino de Dios. Jesús urgía a prepararse, a actualizarse, porque estaba cerca este Reino.
El tema del Reino de Dios o de los cielos no era desconocido para los judíos. Apuntaba a la justicia, la paz y la fraternidad como concreción de la soberanía del Altísimo, el cumplimiento de su alianza con su pueblo, demasiado castigado por injusticias, guerras y discordias. El acceso a lo nuevo estaba sujeto a rejuvenecerse o, lo que es lo mismo, convertirse. Para ello, en primer lugar, puede buscarse una motivación. El Reino mismo es provocador de ilusión: algo por lo que merece la pena, realmente, esforzarse y modificar comportamientos y evitar ciertas actividades. En el caso de los ninivitas, del libro de Jonás, por una inminente destrucción. En segundo lugar, es necesaria la lucidez para descubrir lo que hay que cambiar. Igualmente los habitantes de Nínive, a quienes Jonás dirigió su predicación, “creyeron en Dios”; parece que se habían olvidado de Él y su tipo de vida les llevaba de forma inexorable a la perdición. En tercer lugar, buscar los medios para el cambio, el esfuerzo y la perseverancia. En Nínive hicieron penitencia, una forma de mostrar su arrepentimiento.
La urgencia para el cambio aparece en las dos lecturas y en el Evangelio. En Jonás se debe a la inminente destrucción de Nínive a los cuarenta días; en la Carta de San Pablo a que “la representación de este mundo se termina” y en el Evangelio a que “se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”. La vida es demasiado preciosa para desperdiciarla, el aprovechamiento de cada instante es una forma inteligente de preferir lo mejor. Además, ciertamente no sabemos cuándo se van a terminar nuestros días. La actualización, por ello, es apremiante, no sea que se llegue innecesariamente tarde.
La predicación de Jonás hizo escuela y la enorme ciudad, unánime, dio un respingo para desperezarse de su letargo de inercia irresponsable con su socialización de la maldad. La predicación de Jesús también cautiva cautivando la persona del Maestro y no solo sus palabras. Pero hace una invitación singular, indicando que lo sigan Simón y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores. No aparece aquí que a ellos los llame a ninguna conversión, aunque sí a una actualización de su oficio, que pasará de ser pescador de peces, a servidor para la conversión de todos a quienes interpela Jesús, como agentes del Reino de Dios. Tienen, por tanto, que actualizar su actividad conforme a aquello para lo que les llama el Señor.
¿Y tuvo éxito la llamada a la conversión de Jesús? En apariencia Jonás fue más convincente. Los ninivitas evitarían la destrucción inmediata y, de lo que pasó después no sabemos: ¿Perseveraron en su nuevo estilo de vida? ¿Se cansaron pronto? ¿Contagiaron a otras ciudades? El Maestro de Nazaret alcanzó el éxito de seducir unos cuantos corazones y de tocar quizás muchos más. Pero nunca justificaría la renuncia del protagonismo de cada una de esas personas para actualizarse frecuentemente, para no dejar de declararle el amor a Dios e interesarse por su Reino.