2Re 4,42-44: Comieron y sobró, como había dicho el Señor.
Sal 144,10-11.15-18: Abres Tú la mano, Señor, y nos sacias.
Ef 4,1-6: Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
Jn 6,1-15: Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados.
“Estaba cerca la Pascua” y, por tanto, era primavera o quedaba muy próxima. Sentado sobre la hierba de aquella montaña, Jesús podría distinguir con claridad la multitud de personas que se acercaban a Él venidas de muchas partes. Mientras ve llegar a tantos, sentado puede pensar, meditar, contemplar, distraerse también. El asiento es bueno para reflexión, por eso hay que sentarse muchas veces, o al menos detenerse, para poder dedicar tiempo a contemplar y luego poder actuar.
Aquellas personas que se acercaban en pendiente hacia el Maestro sugerirían distintas cosas a Jesús y a sus discípulos; dependía de cada corazón. Su ascenso no era en balde, subían por algo. Ese algo, era un alguien y ese alguien era Jesús. ¿Qué estaría Él dispuesto a darles en este momento? Ya había dado tanto: Palabra, curación, expulsión de demonios… Los miró y entendió que lo más urgente en este instante era darles comida. Y no se contentó hasta que no se la dio.
La prioridad del Reino de los cielos con predicación y signo queda como oculta en este pasaje, adelantada por la urgencia de saciar el hambre. ¿O es quizás este dar de comer también una realidad inseparable del Reino? Buscar el bien espiritual sin que haya preocupación por el bienestar del cuerpo, más que espiritual es fantasmagórico. Cristo busca y trabaja el bien íntegro de la persona y nos urge a que nosotros colaboremos con ello.
Ahora tocaba dar de comer, lo que tal vez ni siquiera esperaba aquella multitud; así lo entendió Jesús y así lo realizó. Es el momento de ponerse en pie, y pide para ello ayuda a sus discípulos. Hay reticencias: frenan los humanos reparos por las humanas cuentas. Cuando la fe toca incómodamente nuestra vida concreta, entonces nos armamos de reservas, como sucedió con Felipe. No supo en ese momento que el Maestro no pediría más de lo que se pueda dar, pero lo pedirá, y el resto lo hará Dios Padre. Un poco de comida llegará a unos pocos, no hay que hacerse ilusiones. Pero, si necesitan comer, ¿dejará el Padre bueno sin lo necesario al resto? La respuesta de Jesús es un signo para confiar en la providencia divina y en el trabajo y la generosidad humana. Reconocer a Dios como Padre implica reconocer a las otras personas como hermanos y buscar el momento para sentarnos juntos y comer de la misma comida de la creación de Dios. Y comer también del mismo banquete de Jesucristo Pan de vida.
Se sentaron todas aquellas personas. No solo para la reflexión, el asiento también es necesario para recibir de Dios con calma y que nada se desperdicie. Haciéndolo así no podrá faltar la acción de gracias ni tendrá por qué dejarse a alguien sin su alimento. Todos comieron, se saciaron y recogieron las sobras. Superó el milagro del profeta Eliseo, que con más dio de comer a menos. El milagro de Jesús sobrepasa tanto los milagros antiguos como los cálculos humanos.
¡Que nada se desperdicie! Pues no puede malograrse el don de Dios. ¿Entendieron los discípulos el signo? Hasta su resurrección no. Aquellas gentes que comieron hasta hartarse supieron menos aún: entendieron en Jesús un rey de pan, solo de pan, pero no el Pan vivo bajado del cielo, ni el Hijo de Dios que quiere la salvación íntegra de todos y busca nuestra colaboración por la justicia social, para que todos tengan que comer… y educación, y acceso a la sanidad, y un trabajo digno, y servicios… ¿Habremos entendido nosotros este signo; sentarse, observar lo que Dios pide y levantarse para trabajarlo; lo que significa comer el Pan de Dios en la Eucaristía?