Jon 3,1-5.10: Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida.
Sal 24,4-9: Señor, enséñame tus caminos.
1Co 7,29-31: La representación de este mundo se termina.
Mc 1,14-20: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.
De uno y otro lugar caminan hacia nosotros palabras y gestos con propósito de traernos algo. De todos los mensajes que recibimos con cierta insistencia, ¿cuáles de ellos nos resultan eficaces? A cada mensaje le acompaña una finalidad: persuadir, deleitar, animar, emocionar… o sencillamente informar, pero, ¿cuántos acaban cumpliendo con su propósito? Todo momento de comunicación cuenta con tres elementos fundamentales para el éxito de lo que se comunica: el emisor que transmite, el mensaje transmitido y el receptor que recibe el mensaje. El éxito de acto comunicativo pende de estos tres: uno que dice y que es digno de crédito, una cosa que se dice y que resulta inteligible y clara, uno que entiende lo que se le transmite y lo encuentra provechoso.
La Palabra de Dios llegó hasta Jonás con la petición de que anunciase a Nínive su destrucción, y Jonás se resistió. Aquí se interrumpió la comunicación… hasta que finalmente la insistencia divina causó lo que pretendía y el profeta, el que tenía que hablar en nombre de Dios, hizo de profeta. Jonás predicó un mensaje contundente y poco halagüeño: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” y los ninivitas dieron credibilidad al mensaje y a su mensajero y se convirtieron abandonando su mala vida. La comunicación resultó eficaz, pero, por la inicial y tenaz negativa de Jonás estuvo a punto de frustrarse, la iniciativa divina que ponía la palabra de Dios en la boca de Jonás habría fracasado si este se hubiera negado a hablar en Nínive.
Otro mensaje entre las lecturas de este domingo, el que san Pablo comunica a la comunidad cristiana de Corinto, resumido así: “la representación de este mundo se termina”. Invita a no vivir como si las realidades actuales fueran definitivas, sino a poner nuestra esperanza en la promesa de eternidad y de gloria hecha por Dios. El mensaje, digno de crédito por quien lo expresa, es también claro, pero solo tendrá eficacia en la medida en que el que lo recibe se vea interpelado, entienda que es algo que atañe a su vida y le trae algo de importancia.
De nuevo puso Dios palabras a disposición de un profeta; pero Este era más que profeta, el Hijo de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”. Y, acto seguido, invita a cuatro pescadores del lago de Galilea a seguirlo. Y lo siguieron. Uno no se va con cualquiera: dieron crédito a Jesús, su invitación (su mensaje) le resultó sugerente y les removió internamente para dejar en ese momento su oficio y seguirlo a Él inmediatamente con la promesa de un nuevo oficio: “pescadores de hombres”. Ellos, receptores de esas palabras, se van a convertir en mensajeros de la misma Palabra divina y acreditados, porque van a vivir con esa misma Palabra hecha carne, aprendiendo paulatinamente de este Maestro que no adoctrina meramente, sino que comparte vida.
Las palabras de Jonás, las de Pablo y las de Jesús tenían un origen común, Dios Padre, que comunica un mensaje de salvación con la finalidad de la salvación y que, a su vez, convertía en el receptor de su Palabra en emisor mediador para que llegase a otros. Fallará en algo esta comunicación con nosotros cuando o bien no nos mueve internamente y el mensaje no produce algo nuevo en nuestras vidas o bien no nos sentimos interpelados para convertirnos en comunicadores que hablen en nombre de Dios. Tal vez, si es así, porque no es suficientemente digno de nuestro crédito este Jesús de Nazaret y, sospechoso de no decirnos algo que nos interese, nos resistimos a compartir vida con Él.