Dt 26,4-10: Traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado.
Sal 90: Está conmigo, Señor, en la tribulación.
Rm 10,8-13: Nadie que cree en Él quedará defraudado.
Lc 4,1-13: El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Comienza con el Espíritu Santo y termina con el demonio derrotado. Una guerra con desigualdad de fuerzas: Dios contra una criatura rebelde, pero solo criatura. El campo de batalla se encuentra la vida humana, donde se decide la victoria o el fracaso. Es el hombre el que le otorga la victoria a uno o a otro. ¿Cómo? Dándole su confianza, convenciéndose de que una opción es preferible a la otra.
El Espíritu, nos dice Lucas, lleva a Jesús hasta el desierto, donde las fuerzas humanas se van a encontrar en una situación de debilidad, después de un tiempo considerable sin comer (aunque no entendamos esos cuarenta días en sentido literal). Por lo tanto, como elemento importante para tener en cuenta, la tentación se hará más fuerte cuanto más débil se encuentre la persona. Sin embargo, en el caso de Jesús, la fragilidad física está amparada por la fuerza del Espíritu.
Los momentos de cansancio, desánimo o sufrimiento pueden ser los más propicios para que se han presente tentaciones más rigurosas. Cuando nos encontramos mal o no bien del todo, podemos experimentar cierta decepción con la vida que llevamos y buscar alternativas más satisfactorias. La tentación en el sentido cristiano y que puede venir espontáneamente de nuestro interior o de fuera, aparece como una posibilidad que puede hacerse realidad, si queremos, con una promesa de felicidad, aunque sea efímera.
Es posible que Jesús no tuviera en cierto momento tres grandes tentaciones, sino que el episodio pretende decirnos, por una parte, que el Maestro era completamente humano y había de hacer frente a las dificultades habituales, y por otra, que, aunque cada tentación fuera un envite para que renunciase a su humanidad, de algún modo minusvalorándola, la fuerza del Espíritu Santo lo hizo vencer, eligiendo siempre su fidelidad a Dios y al hombre.
Dios vence en el hombre. Dios resulta preferible a las alternativas que quieren ponerse a su altura. El pan es imprescindible para la vida y se hace más necesario, aún más cuando este falta durante tiempo, pero no podemos reducir la intervención de Dios a solo darnos pan, solo cubrir nuestras necesidades. Porque, tener comida y todo cuando cubra satisfaga lo básico, no sacia el anhelo de plenitud y eternidad, que Dios nos ha prometido, por lo cual nos ha hablado y su Hijo se ha hecho carne. Tampoco satisface, aunque resulte muy cautivador, el poder sobre otras personas o una intervención divina portentosa que dé prestigio. Todo esto nos hace dependientes de los demás y de las relaciones de dominio o reconocimiento. Provoca una verdadera debilidad, porque quita libertad y nos expone a una realidad que no es cierta. Pero, también hay que reconocer que cada una de estas tentaciones tienen una capacidad seductora potente.
El Espíritu Santo es quien nos repite: “ser humano merece la pena; confía en Dios y Él te descubrirá la grandeza de tu condición. De su mano, vencerás”. En cada una de las tres tentaciones Jesús acude a la Palabra de Dios: “Está escrito”. Dios nos comunica su misericordia y su amor por nosotros, nos habla de la promesa de su Reino, nos susurra la importancia que tenemos para Él y que no nos dejará solos. La Palabra de Dios es convincente y a ella debemos acudir para fortalecernos. El Maestro se nutre de esta Palabra y hace frente a la tentación con ella. Le da crédito a Dios y no a las palabras engañosas del diablo que, incluso en la última de las tentaciones, utiliza la misma Palabra de Dios para tentar, descontextualizándola y tergiversándola, porque la Palabra busca la Vida del hombre, no su muerte.
Jesús sale aún más fortalecido tras esta triple prueba, habiendo dicho sí a la condición humana, sí a Dios en el camino del hombre. El Pueblo de Israel también fue creciendo en fuerza y en confianza en su Señor. Habiendo pasado por tantos momentos duros: de esclavitud, hambre y sed, mordeduras de serpientes venenosas, ataques de otros pueblos… su fe en Dios se purificó y se afianzó. Moisés les pide que cuando obtengan el premio prometido, la Tierra de la Promesa, no se olviden de su Dios, sino que le den gracias ofreciéndole las primicias de los frutos del campo. Estos son la demostración de que la confianza en el Señor lleva a disfrutar de la mejor victoria.
Las Palabra de Dios nos invita a confiar en Él y a creer que su promesa de vida, de resurrección es cierta. Insiste san Pablo en ello en la lectura de la Carta a los Romanos de este domingo. Esta convicción nos protege ante cualquier tentación, porque la tentación rivaliza con Dios ofreciendo algo valioso y apetecible, aunque luego defraude. Y quien está convencido de la Palabra de Dios, preferirá esperar en Él que en promesas de otro tipo. De este modo, el Espíritu Santo nos hace victoriosos en las batallas que se libra en nuestras vidas y, a cada triunfo, mayor libertad y fuerza en Dios.