Hch 13,14.43-52: Sabed que nos dedicamos a los gentiles.
Sal 99: Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Ap 7, 9. 14b-17: Dios enjugará las lágrimas de sus rostros.
Jn 10, 27-30: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco”.
Cierto día a cierta persona se le ocurrió inventar una oveja. No la creaba de la nada. Habría observado y observado y contemplado innumerables veces ciertos animales salvajes (posiblemente muflones), incluso los habría cazado, y tuvo la ocurrencia de que, en vez de andar detrás de ellos para atraparlos, por qué no convertirlos en huéspedes de su propia casa. Podía ofrecerles lo que necesitaban: sustento, cuidado y seguridad, con el propósito de recibir de ellos lana, leche y carne. Entonces los hizo tan próximos, tan suyos que los domesticó. Y así no solo inventó la oveja sino también el pastor, un oficio completamente novedoso. Esto sucedía, dicen los que saben, hace unos quince mil años.
Nacía una relación donde ambas partes daban y ambas recibían. Para los dos también era una situación de estreno. El hombre no podía descuidar el alimento de sus ovejas ni procurarles un lugar seguro al abrigo de las fieras y las inclemencias del cielo, tenía que estar pendiente de la salud de ellas y asistirlas en momentos como el parto. También debía acostumbrarse a la terquedad animal y aprender con paciencia a tratarlas enseñando una y otra vez hasta que adquiriesen nuevos hábitos. La labor era exigente y no podía distraerse un solo día. Las ovejas dejaban de conducirse exclusivamente por su instinto para tener una nueva referencia a la que obedecer. Cedían autonomía para obtener sin tanto peligro como antes lo que necesitaban, con lo que tenían que poner atención en su pastor.
El Maestro utiliza este invento de la civilización, el pastoreo, para reflejar su vínculo y su tarea con sus discípulos y todo el que se acercase a Él buscando sustento, cuidado y protección. Ya antes los escritores sagrados habían plasmado en las Escrituras esta imagen para referirse a Dios, Pastor, y a su pueblo, ovejas de su rebaño. Antes aún aparecen documento donde los gobernantes de civilizaciones mesopotámicas se aplican el título de pastor. Jesús, al llamarse a sí mismo pastor, se inserta en una tradición religiosa y profana, donde culminan las expectativas de la gente, que necesita dirigir su mirada a un referente que se preocupe por todos personalmente, que no busque su exclusivo provecho, que promueva la paz y la justicia, que ahuyente los peligros.
En primer lugar, la presencia del pastor aleja de riesgos de dentro y de fuera, lobos y rapaces que atacan desde el interior o desde lo externo. Libra de los peligros que merodean dentro de nosotros para hacernos súbdito de los instintos y que sean ellos quienes impongan lo que hacer en cada ocasión. El pastor ofrece disciplina por el bien de sus animales y unos modos que procuran a cada oveja lo mejor para ellas, aunque la apetencia y el deseo no se correspondan con ello. Nos hace libres marcando unas pautas y normas de vida. Con relación al exterior, sobre todo ante lo que pueda tener apariencia de pastor, pero, sin embargo, no busca el bien de la oveja ni del rebaño.
Tenemos necesidad de pastores, más bien aprendices de pastores, porque pastor absoluto solo es Cristo, en los ámbitos estatal, social, laboral, espiritual. Estos no pueden perder la referencia al único pastor total y saber que fundamentalmente son también ovejas. Estas han de saber que en ellos hay límites y pecado, para no esperar más de lo que pueden ofrecer, para exigirles que cumplan con su servicio y para no poner la esperanza firme y la confianza sino en Jesucristo, el pastor bueno. Él conoce y llama y cuida a cada una de sus ovejas. Ellas escuchan y siguen y obedecen a su pastor bueno y bello. En ello les va la vida, la vida luminosa aquí y eterna después, porque la muerte no puede arrebatar siquiera una oveja de la mano de Dios Padre, adonde conduce el Hijo a su rebaño.
Este rebaño puede crecer o menguar. Pablo y Bernabé se frustraron al comprobar que los judíos a los que predicaban no querían formar parte de él, a pesar de ser los invitados privilegiados. En cambio, recibieron con gozo a los paganos que acogieron su mensaje. No escuchan todos por igual a Cristo y su Evangelio no satisface a todos o, incluso, causa rechazo.
Ese rechazo lo llevó a la muerte convirtiéndose en el condenado y crucificado. Con otra imagen antigua pasa a ser oveja, el cordero degollado, protagonista del libro del Apocalipsis. Pero una oveja pastora, la que ha dado su vida por el rebaño y que purifica a quienes den su vida por Cristo. Obedecerlo es entregarle la vida propia. Esta entrega lleva a padecer también por Él y por su evangelio. La oveja protegida por su Pastor se transforma en carnero que se expone a peligros y envite contras lo que ataca a su Señor y su rebaño. Es el resultado de la fortaleza y la fuerza que ha provocado el pastor en sus ovejas donde, ya no hay que preocuparse por la supervivencia, sino por amar más al modo del Pastor, por Él y para Él. Aquí un invento que viene de Dios: el amor sin medida.