Num 6,22-27: Yo los bendeciré.
Sal 66: Que Dios tenga piedad y nos bendiga.
Gal 4,4-7: Si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Lc 2,16-21: Los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Los ángeles que cantaban la gloria de Dios no les pidieron las prisas, las pusieron ellos solos, los pastores, y llegaron corriendo al portal de Belén donde encontraron lo que se le había anunciado: a María y a José y al Niño recostado en un pesebre. Nadie había estado tan acostumbrado como ellos a los pesebres, aunque los conocían desde fuera. Ahora el Hijo de Dios hecho carne los aventajaba en el conocimiento de un pesebre desde dentro. El Señor conoce la pobreza desde las entrañas.
Ese afán por llegar pronto a Belén, ¿sería por regresar cuanto antes a sus rebaños, que habían abandonado tras el anuncio del ángel? Parece más bien que el evangelista Lucas plasma la alegría por el encuentro con el objeto del mensaje divino, como sucede en otros episodios evangélicos. Los pastores viven en un trabajo perpetuo, acompañando a sus rebaños, con momentos de actividad más intensa, como cuando el ordeño diario o la asistencia en el parto, y con largas horas de estancia sin otro quehacer que su presencia, evitando los depredadores y ofreciendo seguridad al ganado. Esta situación los ata mucho a la tierra y a la naturaleza creada con sus ciclos, y les abre ventanas para la contemplación. Pueden, en instantes, dirigir los ojos del pasto a las estrellas y dejarlos prendidos en uno y otras durante horas, sin desatender en nada sus tareas. Las mejores literaturas nos hablan de pastores contemplativos y poetas. Algunas de estas bellas obras de arte fueron compuestas por ellos. Si bien es cierto que, buena parte de las veces, si hay producción de belleza queda solo en sus adentros, todo eso, no puede brotar si no existe un tiempo extenso de detenimiento para admirar y dejarse sorprender; decir, es imprescindible la contemplación.
La preciosa bendición del libro de los Números busca, ante todo, ser iluminado con el rostro de Dios. Esto implica dejarse mirar por Él cara a cara, recibir claridad para ver en lo profundo de su ser y, desde allí, aprender a interpretar el mundo, la historia, la propia vida. El reflejo de la luz de Dios queda prendido el en el rostro de quien lo contempla y lleva su bendición, su claridad en su camino, despertando interés en quienes se encuentra.
Eso sucedió con los pastores, acostumbrados espacios prolongados de admiración, llegaron deprisa a Belén y contemplaron lo que les había dicho el ángel. No sabemos cuánto tiempo duró su estancia contemplativa; pero regresaron serenos, causando paz, deteniéndose en expresar a los que viesen en su camino de vuelta lo que habían contemplado. No sería un acto informativo meramente, sino que transmitirían la experiencia propia, su elaboración personal de aquel hecho admirable; lo que solo pueden hacer con esa densidad los que, al modo de María, emplean su tiempo en escuchar, contemplar y guardar las cosas en su corazón.